Leo un artículo en prensa cuyo titular alude a realidades que aprendimos en el colegio y ya no son ciertas. El titular me genera inquietud, «¿me habré actualizado en estos cambios?», y lo leo de cabo a rabo. Los camaleones, el planeta Platón, los cinco sentidos, la teoría de la evolución, Colón y la tierra redonda, el arcoiris… información que parecía inmutable y que ahora nos vemos en la necesidad de actualizar. Los conocimientos adquiridos en la niñez son difíciles de modificar, me resisto a confiar en el cambio, me inquieta esa variación y me aferro a Platón y a los siete colores del arcoiris.
Entre todos los epígrafes que he tenido que actualizar, me quedo con el párrafo de la teoría darwiniana, hoy teoría de Darwin-Wallace. Fue Russell-Wallace quien llegó a las mismas conclusiones y cuando lo habló con Darwin, de colega a colega, este último decidió publicar su propio estudio. Sea como fuere, el tema es que la idea de que solo sobrevive el más fuerte la tenemos en entredicho o, al menos, es matizable. Dice el artículo que en muchos casos no es preciso una fuerza física o eliminar a los competidores. Añade que el cambio climático puede hacer que sobrevivan las especies mejor adaptadas a las nuevas condiciones, sin que medie la fuerza de ninguna de estas. Hacen especial hincapié en que a veces no sobreviven las especie que mejor compiten sino las que mejor colaboran.
Y esta última parte es la que se me graba en la cabeza y se revuelve con el aula del futuro, la educación infantil, la reflexión sobre los planes de estudios y lo que es más y menos importante en la formación de nuestros hijos.